El evangelio que predica el regalo de salvación es un evangelio que enciende. Aun el carente de palabras comenzará a encenderse con el fuego inextinguible de Jesús en su boca para predicar el evangelio; atrayendo, motivando y encendiendo otros fuegos. Recordemos que la misma naturaleza del fuego es continuar encendido. En Jeremías 5:14, Dios dijo: “He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego.” Dios hace que nuestras palabras quemen, para que su pueblo pueda ser encendido con santo amor, y obediencia. El fuego del evangelio obra primeramente desde adentro. No por encima ni por fuera, sino desde el interior. Transforma la personalidad del cristiano, quien ahora se siente cautivado y atraído hacia al contenido del mensaje de salvación y a Jesus y nada mas. Es una obra que no puede ser imitada por esfuerzos humanos. Nos sella con la marca de Dios de tal forma que los otros no podrán ignorarla. A menos que un cristiano arda con el fuego santo con que el Espíritu Santo bautiza a los íntegros, no podrá llegar a ser ese horno ardiente y celoso por la salvación de los hombres ni podrá encender a otros. No basta ser miembros de iglesia o trabajar por cumplir con obras o deberes. Debemos estar supremamente poseídos, apasionados por la gracia de tal manera que cada parte de nuestro ser brille con el fuego que Dios encendió en la zarza ardiente que no se apaga. Cuidado con los “fuegos artificiales” que en nada glorifican a Cristo, y sólo desean mostrar a otros el brillo personal de sus acciones, pero en busca de alabanza propia. Dios desea que nuestros corazones ardan en fuego. No el fuego artificial que deslumbra ojos de hombre, sino el fuego provisto y encendido por Él mismo, solo para su gloria. Nosotros no podemos encender ese fuego y no podemos producirlo en nosotros mismos por mas que lo intentemos. Dios es el único que puede bautizar con fuego, de modo que no podemos ganarlo, ni trabajarlo, ni imitarlo. Solo recibimos ese fuego cuando venimos ante Dios en bancarrota, humillados y en total honestidad. Él nos mostrará lo que hay en nuestros corazones y vidas que impide que seamos llenos e investidos de poder. Nos revelará la verdad acerca de nosotros mismos. Su inconmensurable poder nos impulsará a confesar nuestros errores pasados, a enmendarlos ante Él y nuestros semejantes. Tener al Espíritu Santo es una experiencia maravillosa, pues El es inmensamente hermoso, precioso, tierno y amante. Es una persona cuya compañia es un deleite. Cuando el Espíritu Santo plenamente arde en nosotros, nuestra vida interior se vuelve radiante y gozosa. Nuestro celo por Dios se intensifica y compartir a Jesús es nuestro mayor anhelo. Mediante el poder del Espíritu, automáticamente, nuestras palabras se encienden como una hoguera, que no se puede apagar. Nuestra vida vibrará con su poder y otros desearán experimentar esa experiencia interior. Sólo cuando esto sea entendido, y veamos que no podemos depender de nuestras fuerzas o hacer las cosas con espada ni con ejercito (refiriendose a nuestras propias fuerzas o impulsos) muchos podrán apropiarse de su obra y arder como el desea que ardamos.
Tomado del Cetro de Poder Restaurado, Autoria Nilda Vazquez.