viernes, 20 de junio de 2008

ENCENDIDOS CON FUEGO

El evangelio que predica el regalo de salvación es un evangelio que enciende. Aun el carente de palabras comenzará a encenderse con el fuego inextinguible de Jesús en su boca para predicar el evangelio; atrayendo, motivando y encendiendo otros fuegos. Recordemos que la misma naturaleza del fuego es continuar encendido. En Jeremías 5:14, Dios dijo: “He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego.” Dios hace que nuestras palabras quemen, para que su pueblo pueda ser encendido con santo amor, y obediencia. El fuego del evangelio obra primeramente desde adentro. No por encima ni por fuera, sino desde el interior. Transforma la personalidad del cristiano, quien ahora se siente cautivado y atraído hacia al contenido del mensaje de salvación y a Jesus y nada mas. Es una obra que no puede ser imitada por esfuerzos humanos. Nos sella con la marca de Dios de tal forma que los otros no podrán ignorarla. A menos que un cristiano arda con el fuego santo con que el Espíritu Santo bautiza a los íntegros, no podrá llegar a ser ese horno ardiente y celoso por la salvación de los hombres ni podrá encender a otros. No basta ser miembros de iglesia o trabajar por cumplir con obras o deberes. Debemos estar supremamente poseídos, apasionados por la gracia de tal manera que cada parte de nuestro ser brille con el fuego que Dios encendió en la zarza ardiente que no se apaga. Cuidado con los “fuegos artificiales” que en nada glorifican a Cristo, y sólo desean mostrar a otros el brillo personal de sus acciones, pero en busca de alabanza propia. Dios desea que nuestros corazones ardan en fuego. No el fuego artificial que deslumbra ojos de hombre, sino el fuego provisto y encendido por Él mismo, solo para su gloria. Nosotros no podemos encender ese fuego y no podemos producirlo en nosotros mismos por mas que lo intentemos. Dios es el único que puede bautizar con fuego, de modo que no podemos ganarlo, ni trabajarlo, ni imitarlo. Solo recibimos ese fuego cuando venimos ante Dios en bancarrota, humillados y en total honestidad. Él nos mostrará lo que hay en nuestros corazones y vidas que impide que seamos llenos e investidos de poder. Nos revelará la verdad acerca de nosotros mismos. Su inconmensurable poder nos impulsará a confesar nuestros errores pasados, a enmendarlos ante Él y nuestros semejantes. Tener al Espíritu Santo es una experiencia maravillosa, pues El es inmensamente hermoso, precioso, tierno y amante. Es una persona cuya compañia es un deleite. Cuando el Espíritu Santo plenamente arde en nosotros, nuestra vida interior se vuelve radiante y gozosa. Nuestro celo por Dios se intensifica y compartir a Jesús es nuestro mayor anhelo. Mediante el poder del Espíritu, automáticamente, nuestras palabras se encienden como una hoguera, que no se puede apagar. Nuestra vida vibrará con su poder y otros desearán experimentar esa experiencia interior. Sólo cuando esto sea entendido, y veamos que no podemos depender de nuestras fuerzas o hacer las cosas con espada ni con ejercito (refiriendose a nuestras propias fuerzas o impulsos) muchos podrán apropiarse de su obra y arder como el desea que ardamos.
Tomado del Cetro de Poder Restaurado, Autoria Nilda Vazquez.

miércoles, 18 de junio de 2008

¿QUE SIGNIFICA RESISTIR AL ESPIRITU SANTO?

Muchos cristianos resisten al Espiritu Santo. Hechos 7:51 nos dice que Esteban, lleno del Espíritu, se puso de pie ante la corte suprema de los judíos, y dijo: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros.” En esta ocasión, Esteban no estaba dirigiéndose a los incrédulos, sino a aquellos que aparentaban ser los más religiosos, pero que en verdad eran incrédulos. Aunque estos religiosos tenían apariencia de piedad, y todo lo cumplían al detalle, sus actitudes de corazón eran perversas. Odiaban a los seguidores de Cristo y trataban de combatir todas sus enseñanzas. Cuando no se aprecia el significado profundo y abarcador de la muerte de Cristo en la cruz, no se experimentará en las vidas de cada cual el poder de Su resurrección y se resistirá al Espíritu Santo. Es muy peligroso disminuir la importancia del sacrificio de Jesús por nosotros y, en lugar de ello, exaltar las obras para ganar la salvación. Cuando esto sucede, se cierra la puerta al Espíritu Santo y se da lugar al enemigo. Nuestro Dios no mira el número de ofrendas quemadas ni su acumulación en el altar, sino si estamos dirigidos por El o por nuestras compulsiones. Por más noble que sea la intención, no hay nada que pueda mover el corazón de Dios si se ha pasado por alto la revelación que Él ha concedido. Los que hemos verdaderamente creído en Jesucristo hemos experimentado que, tal como Él fue crucificado, también fuimos nosotros crucificados y sepultados. Que tal como El fue resucitado, tambien fuimos resucitados, surgiendo de nuevo, como nuevas criaturas, por el poder de su resurrección.
Por eso el apóstol Pablo dice en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Es decir, ahora no soy yo el que vivo, sino Cristo quien vive por mí, cree por mí y actúa por mí, a través del Espíritu Santo. Cuando creemos en este poderoso evangelio, el Espíritu entra en nuestras vidas y toma el control mientras nosotros nos limitamos a confiar en que Él nos va cambiando el corazón diariamente. Lo verdadero sobre el Señor Jesucristo también es verdadero sobre nosotros respecto de nuestra relación al pecado y a la muerte. Cristo fue hecho pecado para que todos los pecados del mundo, pasados, presentes y futuros, cayeran sobre Él (2 Corintios 5:21). Cuando Jesús murió en la cruz nuestros pecados estaban sobre Él, pero cuando se levantó de la tumba ya no había pecado en Él; como tampoco lo hubo cuando ascendió al Padre. Cristo murió al pecado que estaba sobre Él. Si usted aceptó a Cristo como su Salvador, usted esta en Él y también usted murió al pecado. Su relación con el pecado terminó desde el momento que aceptó que sus pecados fueron enterrados conjuntamente con Cristo. He conocido a muchos cristianos que continúan tratando de morir al pecado. Sus vidas son miserables y estériles, porque siguen luchando por hacer algo que ya ha sido hecho a su favor. Claramente está expresado en el libro de Romanos: “Mediante Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2).
Este pasaje afirma en forma categórica lo que tenemos que creer sobre nuestra relación al pecado a causa de nuestra nueva posición en Cristo. No importa si usted se siente muerto o no al pecado; usted tiene que considerarse como tal, porque la palabra de Dios así lo dice. ¡Así es la gracia! Entonces “todo lo puedo en Cristo” porque el Espíritu Santo que obra en mi ser interior vive a través de mi la vida de la fe. ¡Esta obra es la que Dios hace en nuestras vidas y la única que sera aprobada en el día del juicio, pues todo lo que no haya surgido de El será quemado y destruido (Romanos. 2:16). Podemos parecer muy espirituales por fuera y estar vacíos por dentro, si no permitimos que el Espíritu Santo more y haga la obra en nuestras vidas. Pero para que esto suceda, tenemos que creer. ¿Creer qué, si la Palabra afirma que hasta los demonios, que no pertenecen al reino de Dios, creen y tiemblan? Debemos creer que el sacrificio de Jesús fue más que suficiente para darnos entrada al reino y a la presencia de Dios. Esta revelación en su palabra me llena de mucho gozo pues es una verdad grandiosa!